LA PAMPA: Otra tragedia silenciosa en el oeste
UN TRABAJO CIENTIFICO LE PUSO NUMEROS AL DETERIORO AMBIENTAL POR EL ATUEL
Una investigación realizada hace un par de años le puso números concretos a una de las caras más crueles del impacto ecológico que produce el corte del río Atuel: la mortandad por ahogamiento de aves y mamíferos en los tanques australianos del oeste pampeano.
A lo largo de un año y medio, una estudiante avanzada de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales recorrió uno por uno los tanques de molinos de la zona del centro oeste pampeano donde el Atuel y el Chadileuvú corrían antiguamente y generaban enormes bañados.
Con su relevamiento, la joven corroboró la magnitud de esta tragedia ambiental, determinó que las rampas de rescate son una buena alternativa y aportó elementos para cuantificar una faceta del daño ambiental que la provincia de Mendoza produce en territorio pampeano con su apropiación de los ríos Atuel, Diamante y Desaguadero – Salado – Chadileuvú.
A nivel mundial existen pocos estudios que cuantifiquen el impacto que tienen los reservorios de agua rurales como los tanques australianos en la mortalidad de fauna silvestre.
Por ello, la tesina de la entonces estudiante avanzada, ahora ingeniera en Recursos Naturales por la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, María Emilia Giusti, sobre «Mortalidad de fauna silvestre en reservorios de agua en ambientes áridos y semiáridos del centro de Argentina: Cuantificación y mitigación de medidas de mitigación», representa un aporte fundamental para dimensionar este fenómeno, determinar impactos y evaluar acciones.
El trabajo de Giusti le puso un número concreto a una de los impactos ambientales negativos que Mendoza ha provocado en nuestra provincia con el robo del río Atuel y de los otros ríos que integran la cuenca del río Desaguadero – Salado – Chadileuvú – Curacó: la mortandad de fauna silvestre que ha provocado la desaparición de los ríos, lagunas y bañados que antiguamente existían en la zona centro oeste pampeana.
La tarea de la joven consistió en monitorear 90 tanques de agua, tanto de los llamados australianos como de material, en una zona del centro oeste pampeano delimitada por una transecta de unos 300 kilómetros entre el paraje El Durazno y la localidad de Limay Mahuida.
En esta castigada zona, los tanques de los molinos son prácticamente la única alternativa que tiene la fauna -sean aves, mamíferos o reptiles- para abrevarse desde que sus fuentes naturales desaparecieron.
En su necesidad de saciar su sed, los animales recurren a los tanques de los molinos, en los cuales, muchas veces caen y ya no pueden salir. Algunos se ahogan en poco tiempo, otros agonizan horas o días. Lo que es una solución para unos, es una trampa fatal para otros.
90 tanques.
Entre 2014 y 2015, a lo largo de un año y medio, María Emilia y un chofer de la provincia contratado por la Dirección de Agricultura, realizaron un itinerario en el que recorrían, cada fin de semana, un grupo de 30 tanques. Al fin de semana visitaban otros 30, y al siguiente, el último grupo de 30 tanques.
«Fue una cosa de locos», contó la joven -ahora radicada en provincia de Santa Cruz- a LA ARENA. «Durante ese año y medio prácticamente no tuve vida social, pero fue una de las mejores experiencias de mi vida», valoró.
El trabajo de Giusti se desarrolló en el marco del Centro de Estudios para la Conservación de las Aves Rapaces de Argentina (Cecara), dependiente de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, y tuvo a José Hernán Sarasola y Maximiliano Adrián Galmes como director y co-director, respectivamente.
La zona de estudio cubrió un área de 24.200 kilómetros cuadrados en torno a una línea de orientación este-oeste de aproximadamente 300 kilómetros de extensión desde el paraje El Durazno sobre la ruta provincial N° 14 hasta cercanías de la localidad de Limay Mahuida. Presenta tres tipos de ambientes: el arbustal (monte) hacia el oeste, seguido de un pastizal psamófilo en la zona central y, hacia el extremo este, una región dominada por bosque de caldén como paisaje característico. La temperatura media anual es de 15 grados Celsius, y las precipitaciones medias anuales varían entre 600 milímetros a 400 milímetros anuales. Los parámetros climáticos la caracterizan como «semiárida».
Es una de las zonas donde el deterioro del ecosistema por la desaparición del escurrimiento de los ríos Atuel, que ingresa por el noroeste, y el Salado-Chadileuvú, que lo hace por el norte, se siente con más fuerza. La prueba más palmaria es la desaparición de los enormes bañados que antes cubrían miles de hectáreas de la zona.
Cuatro hipótesis.
En cada viaje al oeste, María Emilia tomó nota de los animales que encontraba ahogados en los tanques. Su hipótesis de trabajo tuvo varios componentes: 1) corroborar si la presencia de estos tanques incrementa los índices de mortandad de aves y mamíferos cuando caen en su interior y no pueden salir; 2) determinar qué fracción de la fauna silvestre es la más afectada; 3) evaluar variables que inciden en el fenómeno (altura del nivel de agua, por ejemplo) y 4) evaluar la efectividad de las rampas de rescate como medio para paliar el fenómeno de ahogamiento de fauna silvestre, entre otros.
Su investigación fue una de las primeras que tomó a las rampas de rescate como objeto de estudió y visibilizó la efectividad de su colocación.
Al cabo de ese año y medio, la joven contabilizó la muerte de 612 ejemplares de la fauna silvestre, aves principalmente pero también mamíferos, reptiles e incluso anfibios. «No había viaje en que no nos encontráramos con varios animales. Era terrible, te partía el alma», confesó la joven. «Nos encontramos de todo, incluso animales que no imaginaríamos», tal el caso de un chancho jabalí o de ciervos.
Reacios en un principio, los productores rurales colaboraron mucho con el proyecto porque entendieron que ellos también resultarán beneficiados si se encuentra alguna forma de evitar que los animales mueran dentro de los tanques. «Un pájaro muerto termina por podrir el agua y eso es un problema, porque estamos hablando precisamente de una zona donde escasea el agua», sostuvo Giusti.
Aves, en primer lugar.
Con meticulosidad de inventario, María Emilia Giusti tomó nota de todos y cada uno de los ejemplares que halló ahogados en cada tanque. Esa prolijidad permite ahora ponerle nombre a los protagonistas de esta tragedia.
Entre las aves, fueron los chingolos los individuos que murieron ahogados. En ese año y medio, la joven contabilizó nada menos que 106. En este triste ránking siguen monterita canela (88 individuos) Loica común (67), Monterita de collar (27), Misto (19), Calandria real (13) y Calandria grande (12).
A ellos se suman 153 ejemplares que estaban tan deteriorados que fue imposible identificar a nivel de género.
Los mamíferos sumaron 66 ejemplares, con los roedores en su mayor parte. También se encontraron cinco jabalíes, cinco cuises, cuatro zorrinos, tres ciervos colorados, tres gatos monteses, tres peludos y tres tuco-tuco. Los reptiles fueron dos: una culebra y una lagartija.
Una proyección a un área más amplia de los 612 individuos muertos en el área estudiada, lleva a calcular en miles los animales que cada año mueren ahogados en los tanques de los molinos. Traspolar en forma directa este número a zonas de la provincia donde existen lagunas, arroyos u otras fuentes de agua, no sería apropiado. Pero en el oeste pampeano, donde esas fuentes naturales están ausentes y el proceso de agriculturización no ha impactado tanto como en el este de la provincia, hacer una proyección a gran parte de ese territorio arrojará resultados aceptables, por lo menos de carácter orientativo.
Discusión.
En la «Discusión» de su tesina, Giusti señaló que «el ahogamiento en reservorios de agua de origen ganadero es un factor de mortalidad significativo para la fauna silvestre en la zona semiárida del centro del país», que sin embargo «es ampliamente ignorado como tal por gestores del recurso faunístico, ornitólogos y científicos». Considerando las aves como el grupo más afectado, «la mortalidad anual por ahogamiento supone un orden de magnitud varias veces mayor al estimado para cualquier otro generado por infraestructuras humanas, incluyendo la muerte por colisión/electrocución o la mortalidad por atropellamiento en rutas y carreteras».
Por ello, además de visibilizar el fenómeno y avalar el uso de las rampas de rescate como estrategia para atenuar el impacto ambiental en curso, el estudio de Giusti aportó una interesante herramienta para cuantificar un aspecto en particular del impacto ambiental que Mendoza ha provocado a la provincia de La Pampa con su apropiación de los ríos Atuel y Desaguadero – Salado.